Era el mayor miedo, sabía a lo que me exponía.
Durante la guerra de Malvinas el sistema de armas A 4 Skyhawk estaba compuesto de dos escuadrones los cuales operaron día de por medio. Comenzaba el día y los pilotos sabían que «les tocaba» estaban de alerta, había que esperar la orden fragmentaria, era un momento tenso de mucho nervio, porque no se sabía cuando ese teléfono negro iba a sonar y había que salir.
El jefe de escuadrón iba al comando a buscar la orden fragmentaria que contenía las condiciones de la misión. Era el tiempo en que el Tucu se imaginaba que maniobras iba a hacer, el fuego enemigo, si lo derribaban o se eyectaba… Era curioso como en su relato todavía al Tucu le cuesta imaginar la posibilidad de volver. Es que la probabilidad – me dice- era de un cincuenta por ciento…
En ese momento de espera y preparación el Tucu se tocaba el bolsillo inferior del buzo de vuelo como buscando un amuleto. Se había preparado un paquete de cigarrillos y un encendedor envuelto en nylon y mucha cinta. Eso iba a ser lo más cercano que tuviera a un amigo, un familiar, un camarada, cuando estuviera solo. Mi idea era que si me eyectaba y quedaba flotando en el bote salvavidas por lo menos me iba a fumar un pucho o si caía en la isla el cigarrillo me iba a salvar del frio. Que hacia sin mi puchito. En esa espera distraía mi mente pensando que lo peor que me podía pasar era estar eyectado arriba del bote o en la isla sin un cigarro que fumar. Ese cigarro y mi barra de chocolate me daba el coraje de pensar que me vendrían a buscar.
Con la llegada del Jefe de escuadrón se acababan todas las expectativas: comienza la película de tu vida, fotos, recuerdos y todo mientras tratas de concentrarte para terminar la navegación, el punto de encuentro, el blanco, el escape, las coordenadas, la bomba que vas a tirar y regulación de mira…
En la sala de pilotos el jefe de escuadrilla da órdenes y el jefe de escuadrón opina, todo es muy acelerado. El que no vuela ayuda a vestirte y mientras tanto en la cabeza del Tucu está «la película» y se obliga a superarlo. Lo más fácil es esconderte en el baño y no salir mas…me dice, pero es un piloto de combate está entrenado, no para ser un héroe, sino para hacer lo que tiene que hacer. Entonces piensa que su misión va salvar tropas amigas que están siendo bombardeadas y acechadas por las fragatas inglesas y que el soldado en la trinchera cuenta con él.
Salís de la sala pilotos y comenzás a dejar cosas a un costado, te vas despidiendo de la vida, vas tocando cosas y decís esta es la última vez que toco la camioneta que me lleva al avión, en la inspección externa te despedís del avión. El mecánico te saluda «jefe lo espero a la vuelta».
Esperame. Que sea cierto.
Despegas y ves la inmensidad del mar que asusta, se te junta el cielo con el mar adelante y atrás. Sos una cosa muy pequeña, te sentís solo e indefenso pero tenés un objetivo que cumplir y ahí termina el miedo. Se arman los paneles, se ven las islas me pego al agua, no llueve pero caen gotas de mar en el parabrisas, son las olas que salpican y me digo «no quiero caer». Todo se supera a partir de ese punto ya el avión es tuyo, el avión es parte de vos y vas hacer lo que tenés que hacer. Tirar o morir.
Le cambio la pregunta al Tucu, y ahora le digo qué siente cuando se viste para dar una charla, al ponerse la campera con sus escudos y su gorra.
Lo mismo. Siento que lo tengo que hacer porque hay 649 argentinos que no pueden contar su historia y de esos 649, hay 55 de la Fuerza Aérea y yo tengo 9 pilotos de mi grupo 5 de caza que no pueden contar su historia. Que no se cambie la historia. Así de dura que fue la guerra, así de dura debe ser contada y así de dura debe ser recordada. Porque se luchó con mucho amor a la patria.
El «Tucu» Cervera, el hombre que le ganó a la guerra.
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