Adradas – Piloto de Caza

En la base naval de Punta Indio, la noche del 15 de junio de 1955, los pilotos navales se fueron a dormir sabiendo que al día siguiente rociarían de trotyl la ciudad enemiga. Se sentían más convencidos que seguros de la acción que llevarían a cabo. A pesar del pronóstico adverso para cumplir con su misión, el jefe aviador capitán Noriega se negó a posponer el bombardeo. En la madrugada del 16 de junio el jefe del ataque aéreo reunió en la biblioteca de la base a sus 48 pilotos navales subordinados para dar los últimos detalles sobre cuál era el objetivo del bombardeo que iban a emprender. Se dispuso un ataque en línea, un avión tras otro, una escuadrilla tras otra, reabastecimiento en el aeropuerto de Ezeiza y Aeroparque y nuevo ataque. “¡A esto lo terminamos cantando el himno en la Plaza de Mayo!”, arengó Noriega antes de ordenar ir a las máquinas. La primera bomba cayó exactamente a las 12:40 horas sobre un trolebús cargado de trabajadores y las restantes mataron a más de trescientas personas.

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El escenario militar fue el siguiente: en el Ministerio de Marina ubicado en el solar de la esquina de Cangallo y Avenida Madero, el capitán de fragata Juan Argerich formaba al batallón 4 de infantería de Marina, pasaba revista al armamento de guerra y daba un rápido repaso a las tácticas de combate. La misión del batallón 4 era apostarse en las inmediaciones de la Casa de Gobierno y, una vez que ésta fuera bombardeada desde el aire, aproximadamente a las 10 horas, avanzar decididamente y a cualquier precio para tomar el edificio.

En diversos bares cercanos a la Plaza de Mayo, grupos de civiles golpistas, bien armados, se reunían esperando la orden de ataque de la infantería de Marina. Su objetivo era apoyar a la tropa naval.

A menos de doscientos kilómetros de distancia de la base naval de Punta Indio, se encontraba la base aérea de Morón de la Fuerza Aérea argentina, donde se alojaba el Grupo Aéreo III de caza interceptora. Su misión era la defensa aérea ante un ataque enemigo. Para ello estaban los aviones Gloster Meteor, birreactor construido en Inglaterra sobre el final de la segunda guerra mundial, diseñado para despegar, buscar en el cielo al agresor y derribarlo; un caza interceptor. Para ello podía ascender a doce mil metros en ocho minutos y contaba con cuatro cañones de veinte milímetros. A los pilotos que vuelan este tipo de avión, se los llama cazadores o pilotos de caza, una estirpe nacida en la primera guerra mundial.

Ernesto Jorge Muñeco Adradas fue un piloto de caza. Un piloto de caza vuela aviones monopostos, de un solo asiento. Vuela solo y lo acompaña luego la escuadrilla formada de otros tres aviones. Está entrenado para navegar al blanco, vigilar los sistemas del avión, preparar su armamento y disparar con acierto. Nada sirve si el proyectil no penetra en el acero del enemigo y así un piloto de caza luego de cinco derribos se convierte en as de la aviación.

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Gloster Meteor I -63 a bordo del cual Ernesto Muñeco Adradas defendió la ciudad de Buenos Aires, la población indefensa y la Constitución.

 

Las fuerzas de ataque el día 16 de junio de 1955 fueron aproximadamente cuarenta aviones que lanzaron nueve toneladas de explosivos; un batallón de infantería con el más moderno armamento liviano que poseían las Fuerzas Armadas y un grupo de 150 civiles complotados con armas cortas.

La primera defensa contra el bombardeo fue una escuadrilla de aviones Gloster. El Muñeco Adradas fue uno de sus pilotos.

La ciudad de Buenos Aires es la capital del país. Allí se concentró siempre la mayor cantidad de ciudadanos. En 1955 su centro neurálgico con ministerios, Municipalidad, Bancos, Correo, comercios, iglesias, subterráneos y principales líneas de colectivos y troles, era la Plaza de Mayo, así como la avenida del mismo nombre. Centros comerciales, galerías y sus bares de estética madrileña acompañaban el camino de la Avenida de Mayo hacia el Congreso de la Nación.

Ese jueves era un día normal, laborable, lo cual hacía suponer que durante la mañana ese centro iba estar inundado de trabajadores, canillitas, turistas, colmado de citas y encuentros. Sin embargo, hacia el mediodía se convirtió en una zona de guerra.

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Aviones navales bombardearon la capital de un país, Buenos Aires, dejando caer sus bombas sobre la población civil desarmada. La nación armó su defensa y para ello despegó la caza interceptora a detener el ataque, defendiendo a los habitantes de la ciudad y a su gobierno constitucional. Es un hecho de guerra: la Aviación Naval y la Fuerza Aérea intervienen por primera vez en un combate militar real, un combate aéreo entre fuerzas de un mismo país.

Ese día, por la mañana, una escuadrilla de la Fuerza Aérea tenía previsto un desfile aéreo sobre la catedral, la Plaza de Mayo y la Casa de Gobierno en honor al general San Martín. Los periódicos anunciaron que los aviones de caza Gloster Meteor, volarían sobre la Plaza de Mayo, mientras en la ciudad se cumpliría la rutina de un día de semana normal. Seguramente, algunos curiosos y amantes de la aviación, junto con niños de escuela esperarían el espectáculo.

El comandante del escuadrón Gloster en la base aérea de Morón, comodoro Soto, tomó la decisión de realizar un vuelo de comprobación a fin de chequear las condiciones meteorológicas, techo de nubes y visibilidad para el desfile aéreo. Siendo las 11:40, Soto despegó su aeronave y realizó un pasaje sobre la avenida General Paz comprobando que iba a ser imposible cumplir con la tarea. Al bajar de la aeronave, vio cómo su ayudante corría a su encuentro para transmitirle que el plan de Conmoción Interna del Estado se había puesto en marcha. Inmediatamente se dirigió a su despacho y allí estaba el llamado del comandante en jefe de la Fuerza Aérea, el brigadier Juan Fabri, para comunicarle que nadie estaba autorizado a volar sobre la ciudad de Buenos Aires ya que se habían detectado aviones navales “orbitando” en espera sobre Quilmes, supuestamente con la intención de atacar la Casa de Gobierno. En ese instante, Soto ordenó alistar la escuadrilla de alarma, cuatro aviones totalmente artillados y listos para el combate.

A las 11:30 horas, el aviador naval Noriega ordenó a dos de sus Beechcraft que aterrizaran en el aeropuerto de Ezeiza capturado por los golpistas y que le transmitieran novedades desde el puesto comando. El piloto teniente de fragata, Carlos García, inmediatamente aterrizado en Ezeiza, se reunió con el capitán Bassi. La situación debía definirse; la hora “cero” había sido postergada ampliamente debido a la mala meteorología.

En el Ministerio de Marina, como en los cockpits de los aviones navales, todo era confusión e improvisación. El contraalmirante Toranzo Calderón decidió suspender el bombardeo y hacerse cargo personalmente del fracaso. Sin embargo, la llamada telefónica desde Ezeiza del capitán Bassi, el ideólogo del bombardeo, le hizo cambiar de opinión.

Toranzo Calderón finalmente ordenó: “¡Que larguen las bombas!”

Eran las 12:40 cuando los aviones navales que volaban en círculos, próximos a la costa del Río de la Plata, cambiaron el rumbo hacia la ciudad de Buenos Aires.

Los primeros en aproximarse fueron los bimotores Beechcraft con bombas de 110 kg cada avión; detrás los seguían 13 AT North American, armados con bombas de cincuenta kilogramos y dos ametralladoras 7,62 mm.

La meteorología todavía no era apta para el ataque, pero se decidió bombardear igual. Desde Puerto Nuevo, la población civil pudo observar cómo se acercaba la tragedia, creyendo que era la fiesta de un desfile aéreo. La primera bomba de 110 kilos fue inequívoca sobre lo que iba a suceder: dio de lleno sobre el trolebus de la línea 305 matando a todos sus ocupantes. Comenzaba el día de la destrucción.

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16 de Junio 1955. Daniel Santoro.

La base aérea de Morón se preparaba para la defensa. Algunos pilotos de Gloster fueron sorprendidos y otros, que se habían complotado con la Marina, sabían exactamente lo que ocurría. El bombardeo a la Casa de Gobierno, a la Plaza de Mayo, a la ciudad de Buenos Aires, había comenzado. Fue el momento en que el brigadier Daneri, junto con otras autoridades, irrumpió en la sala de pilotos y ordenó que despegara una escuadrilla de alarma. Los pilotos se miraron para adivinar de qué lado estaría cada uno; era incierto. El primero en hablar y definirse fue el capitán Olaechea, quien pertenecía al grupo golpista: se excusó de salir en la misión de defensa aérea y para ello prácticamente le ordenó a un subalterno, el primer teniente García, que se hiciera cargo de tal misión con el pretexto de que le “debía” un turno de vuelo. García se convirtió en el nuevo jefe de la escuadrilla de alarma y recibió la arenga del brigadier Daneri: “Bueno, señores: ha llegado el momento de demostrar de lo que somos capaces. Confío en la lealtad de todos hacia las autoridades constituidas, y deseo que la pongamos a prueba”.

El comandante en jefe, brigadier Fabri, ordenó que la escuadrilla de alarma partiera de inmediato con la orden de derribar todo avión que se encontrara en el aire. Los pilotos recibieron un briefing de lo que estaba ocurriendo: aviones North American AT6 Texan, Beechraft AT 11 y bombarderos Catalina, habían sorprendido a la población de Buenos Aires, sin previo aviso, arrojando bombas sobre el centro neurálgico de la ciudad. Hubo preguntas, pero no había tiempo para muchas respuestas, la orden se reafirmaba: ¡Derribarlos!

La escuadrilla quedó formada por el primer teniente García, el primer teniente Mario Olezza, el primer teniente Osvaldo Rosito y el teniente Jorge Ernesto “Muñeco” Adradas.

He conocido muy bien al Muñeco. Imagino su cara con una rigidez inusual pensando: “¿Esto es en serio?” Lo veo agarrar su pernera, el casco de cuero, sus guantes y la máscara de oxígeno, mirar de reojo a su jefe de escuadrilla queriendo controlar que nadie se negara a ponerse la ropa de combate.

Ernesto Muñeco Adradas.

Los pilotos salieron rápidamente a la plataforma, directo a la soledad. El piloto de caza se gana el derecho a la soledad en su cockpit, a más de 900 km/h, confinado y adherido al hierro.

En la plataforma de aviones del escuadrón Gloster era todo incertidumbre y duda. Qué harían los pilotos era la pregunta de todos. Sin embargo, los mecánicos y armeros estaban decididos a defender al gobierno constitucional. Uno de los pilotos complotados, el teniente Juan Boehler, no pudo esperar a sacarse la duda y caminó hacia los pilotos de la escuadrilla de alarma intentando adivinar quién cumpliría la orden de derribo. Boehler miró al Muñeco y le preguntó:

–¿Vos qué vas hacer? Luego de obtener la respuesta corrió hacia el avión del jefe de escuadrilla, capitán García, para advertirle:

–Capitán tenga cuidado con Adradas.

Eran las 12:50 h. Entraron de a uno en pista, pero fueron tres aviones, faltó uno. El Muñeco, al poner en marcha el motor número dos tuvo problemas, lo que le provocó una demora. El resto de la escuadrilla apenas se alineó en pista, uno a uno empujaron a fondo la palanca de gas, eran 12.000 rpm y 1600 kg de empuje para mover seis toneladas de acero.

A los pocos minutos el Muñeco estuvo listo y carreteó para despegar y unirse al resto. Las nubes estaban donde estuvieron toda la mañana, al ras del piso, fue necesario volar rasante. El Muñeco escuchó que el punto de reunión era Plaza de Mayo, se pegó a las vías del tren; era la única forma de navegar con techos tan bajos. El jefe de escuadrilla anunció por la radio que había antenas, que era necesario subir, no tan alto como para quedar ciego en una nube y no tan bajo como para estrellarse en la ciudad.

El comodoro Soto dirigió el ataque desde la torre de control:

–Para el 39 (García), orden del comodoro Soto, derribar todos los aviones que se hallen sobrevolando la Capital Federal.

–Recibido 39.

Finalmente, la escuadrilla completa logró reunirse en formación cerrada, se internaron en una zona de bruma y el Muñeco los perdió de vista. Puso rumbo al río para así asegurarse de no chocar con ningún edificio o antena. En ese momento se repitió insistentemente la orden del comodoro Soto de derribar cualquier avión que estuviera volando en esa zona.

García tuvo a la vista dos aviones navales armados con bombas y la escuadrilla puso rumbo hacia ellos y realizaron disparos intimidatorios con destino al Río de la Plata, quizás fue para amenazarlos, quizás para regresar sin armamento y justificar que habían entrado en combate. La respuesta vino de uno de los AT que abrió fuego sobre los Gloster.

Los aviones navales eran piloteados por el teniente de Corbeta Máximo Rivero Kelly y el guardiamarina Arnaldo Román. Rivero Kelly se dio cuenta de que algo había salido mal: no estaba previsto encontrar defensa aérea. Viró bruscamente a la izquierda y decidió escapar en un vuelo rasante sobre la estación de tren de la ciudad (Retiro). Olezza, desde su Gloster, decidió no dispararle, ya que un derribo provocaría muchos muertos inocentes. Kelly logró escapar usando de escudo humano a la población civil, huyó volando sobre la estación Retiro y luego sobre un tren con destino a Tigre.

Las nubes dejaban ver muy poco. De repente todo parece más claro porque el sol penetra, las nubes se abren y el Muñeco tiene el avión de Román en su proa, está prácticamente en la “percha”, el lugar donde el caza está al acecho para arrojarse a su enemigo.

He conocido muy bien al Muñeco. Ahora está solo y tiene al enemigo en su línea de tiro: puedo ver cómo el avión de Adradas persigue a su presa posándose sobre él a trescientos metros. Me pregunto por qué se demora en disparar. Lo veo apretarse aún más la máscara de oxígeno y armar sus cañones, en ese momento Román intentó escapar con un viraje cerrado; el Muñeco acompañó el viraje y el avión enemigo se le agrandó cada vez más en su mira, lo tuvo y disparó. Fueron diez disparos que alcanzaron para cortar el plano derecho. El piloto naval guardiamarina Armando Román fue derribado y se arrojó en paracaídas, cayendo en las aguas del Río de la Plata.

Adradas, empapado de sudor, no pudo creer lo que vio. Quitó potencia para volar bajo y poder observar la ciudad en llamas, los muertos… Lo creyó, pero no lo entendió. Nunca pudo. La radio de su avión lo despertó del asombro, se le pedía un reporte.

–Estoy bien y mi avión en servicio, he derribado a uno de ellos.

Fue el último en aterrizar, y en sólo veinte minutos que duró su navegación a la base, las imágenes se le repitieron infinitamente. Juró guardar su secreto. Como piloto de caza había cumplido su misión; lo que no sabía era que el destino marcaría su derribo como una victoria pírrica.

El defensor

El defensor. Pablo P Albornoz.

Se bajó de la aeronave cansado, esperando más órdenes… Fue felicitado por el brigadier Daneri. Sin embargo, otros compañeros se acercaron para susurrarle al oído que era un hombre muerto. El teniente Guerra fue demasiado explícito: “Te vamos a matar…”

El doctor Margalef, médico aeronáutico del grupo de aviadores, cumplía guardia en una de las cabeceras de pista. Al ver el revuelo se dirigió a la sala de pilotos justo en el momento en que el Muñeco era felicitado y amenazado. Margalef relata que llegó y observó a Adradas muy nervioso, síntoma evidente y normal luego del combate aéreo que había tenido lugar. Pero también pudo escuchar las amenazas de muerte: “A este hay que hacerlo mierda”.

Algunos pilotos pensaban en matarlo porque había derribado un avión de Marina y con su acción había detenido y postergado todos los planes golpistas. Adradas fue insultado, vapuleado, amenazado. En ese momento un oficial jefe se le acercó al doctor Margalef y le dijo: “Sacalo de acá, suspéndelo de vuelo porque lo van a matar”.

Margalef era un doctor reconocido y querido por los aviadores, se había ganado el prestigio volando con ellos y siendo el padre consejero; por ello tenía la autoridad para separar de vuelo a cualquier piloto por razones médicas. Aprovechando el estado emocional de Adradas, irrumpió en el medio de la discusión y le ordenó: “¡Vos quedás suspendido de vuelo!”.

Luego se dirigió al vicecomodoro Pérez Laborda: “Adradas no puede volver a pilotear un avión en otra misión”.

Algunos pilotos le recriminaron a Margalef tal decisión, pero prevaleció su autoridad y su diagnóstico.

Durante la entrevista al doctor Margalef y a casi sesenta años del hecho, le pregunté quién se le había acercado para darle esa orden y cuál era la intención real. ¿Protegerlo o que no siguiera defendiendo la ciudad que estaba siendo bombardeada?

Estas preguntas no tuvieron respuesta. Margalef no recuerda quién le dio esa orden e interpretó que había sido para salvarlo.

Adradas quedó solo. Un mecánico corrió a su encuentro y logró decirle:

–Jefe, los marinos con gente nuestra van a tomar la base, escóndase porque estos asesinos lo van a querer matar.

Adradas siempre soñó con volar y cuando tuvo la oportunidad en el curso de aviadores militares de la Fuerza Aérea, lo hizo de la mejor manera: se ganó el brevet de oro (mejor piloto de su promoción). Fue destinado a la escuela de caza (CB2) y lo hizo mejor aún, por ello fue destinado de teniente (joven en su rango) para volar el avión insignia del arma aérea, el Gloster Meteor. Se puede decir que el Muñeco Adradas estaba destinado a ser un as de la aviación; sólo le faltaba, como a su institución, el combate aéreo real. Se puede decir que todo hombre tiene un destino y que en un momento nos enfrentamos cara a cara y ese momento es toda la vida. Para Adradas el 16 de junio de 1955, fue el comienzo de su destino, que no fue.

Fragmento del libro:
Batallas Aéreas. Aviación, política y violencia – Argentina 1910-1955

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